lunes, 15 de agosto de 2016

Soñé con Marilyn Monroe. Ella estaba paseando con alguien muy inteligente, un gentleman americano, y ella intentaba esconder su gran inteligencia sin ser posible. Él no se daba cuenta, pues ella era muy perspicaz, pero yo conocía su historia, sabía quién era y que poseía una biblioteca personal de más de 400 títulos.

No recuerdo muy bien cómo iba vestido. Era como una especie de traje espacial, como si de un Buzz Lightyear se tratara, el mismo verde llamativo. Y curiosamente no llamé la atención. Era un día neblinoso y ya un poco tarde. Y ellos paseaban cogidos, ella del brazo de él. No les llamé la atención en ningún instante, no al menos aparentemente.

Se sentaron en uno de los bancos de la pequeña plazoleta en la que vivo y poco después yo hice otro tanto. Fue cuando no entendía ni escuchaba suficiente sus palabras cuando me alcé dispuesto a seguir caminando, cuando la señorita Marilyn soltó un comentario de lo más inoportuno: “¿Sabías que Mahler era racista?”. Fue entonces cuando no pude controlar más mis ansias por ella y tuve que meterme forzosamente en su conversación.

“Disculpe –le dije–, Mahler no era racista. Se le puede llamar excéntrico o megalómano, ahí tienes la sinfonía de los mil, pero no racista.”

Me miraron un poco sorprendidos. Sin embargo, la cara de ella denotaba placer y al mismo su expresión era de una risueña sabiduría. ¿Sabía que estaba allí? ¿Quizás que los vigilaba? Por supuesto. Seguí con mi discurso.

“Además, Mahler fue judío. Deberías leerte, ‘¿Por qué Mahler: Cómo un hombre  diez sinfonías cambiaron el mundo?’, su juventud está muy bien retratada. También deberías conocer su amistad con Richard Strauss.”


Seguí hablando y poco más tarde me di cuenta del pequeño ardid que me había tendido. Cada palabra que soltaba me hundía un poco más en la indecencia y me avergonzaba. Ella permanecía serena, como libidinosa. Entonces todo había terminado. Ella supo que caí prendado nada más verla. Yo supe que tenía que seguirla allá donde fuera… con quien fuera.