“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.”, Jorge Luis Borges
sábado, 29 de septiembre de 2012
viernes, 28 de septiembre de 2012
jueves, 27 de septiembre de 2012
martes, 25 de septiembre de 2012
lunes, 24 de septiembre de 2012
lunes, 17 de septiembre de 2012
domingo, 16 de septiembre de 2012
sábado, 15 de septiembre de 2012
Recuerdos de una mente irreal...
Bailábamos. Ahora no recuerdo quien
era: posiblemente fuera Marta. Era una noche espectacular: todos íbamos
vestidos de gala. Apenas se quejaba ella de no estar con su amado bailando el
agarrado un-dos cuatro pasos hacia delante y cuatro hacia atrás cuando lo vio. Era
él: deseaba estar con él. Entonces fue cuando yo la animé a ir en un repentino
cambio de parejas. Curiosamente estaba mi amada Norah Jones bailando sola y me
abalancé precipitadamente sobre ella.
Ella hablaba (habla) inglés, y yo
apenas lo sé chapurrear. A ella la entendía a la perfección: era (es) una diosa
del blues. Y bailamos: bailó conmigo. Me sentía el tío más afortunado del
mundo: mi patetismo rozaba el extremo al no saber gesticular apenas dos
palabras en inglés por mi inexperiencia en el idioma. Odié con fuerza el
pasotismo de las clases en el instituto, en el colegio. Ahora sabía que debía
haberme esforzado más porque, al fin y al cabo, no era (no me parecía) tan
complicado. Y ese patetismo estuvo presente en mi vida, en nuestras vidas,
durante toda la noche. Apenas pasado un minuto (y poco más), ella me abandonó,
a mi suerte, solo. Corrí tras ella y como alguien que ha perdido a su mamá le
pedí bailar (de aquellas formas) un rato más a la mismísima Norah Jones.
Sabía que no aceptaría, pero al
menos debía intentarlo: jamás tendría otra oportunidad como esta, tal vez nunca
más en la vida. Aceptó (¡GRACIAS! – pensé agradecido) y bailamos, pero esta vez
en mi casa. Fue instantáneo: en un abrir y cerrar de ojos ya la tenía en mi
cocina, en mi salón. Quise hacerlo perfecto: un par de copas con hielo, música
jazz, en mi salón, los dos solos… Ella tenía sueño cuando yo le volví a
insistir. Le dije que cómo era que había aceptado si no entendía el castellano,
me respondió (en inglés, por supuesto) que lo suficiente cómo para saber cuando
se necesita algo más que un baile. Y entonces bailamos unos segundos:
agarrados, el uno sólo con el otro; y fue cuando yo desnudé mi alma: se lo di
absolutamente todo de mí, mi yo más yo, el más íntimo, el más perfecto…
Volví a la cocina pero a la vuelta a
ella le había ganado la batalla el cansancio: estaba durmiendo tapada con mis
mantas en mi sofá, tan perfecta… Curiosamente se apoyaba algo gris y pesado en
la frente y yo se lo quise quitar de ahí: no entendía lo que era. Algún pelo de
su precioso cabello le pude arrancar, para mi desgracia, que la desperté y
bastante enojada. Yo a despensas de una disculpa en toda regla intenté
justificarme pero ella me decía que era totalmente justo y necesario que
hubiera cargado su portátil ya que era algo que quería hacer por ella misma
para no molestarme. Yo me excusé como intento de caballero, pero le sentó mal.
De repente me sonó el móvil: era el
tono de Diana Krall que tengo por llamada. Vi en la pantalla “Capitán Chándal
llamando”. ¿Qué coj…? – pensé.
-
¿Sí?
– respondí extrañado.
-
¡Hola
Xavi, soy Izan! ¿Te pillo en mal momento?
– respondió una voz al otro lado.
-
Hombre,
pues… sí. ¿Qué quieres?
-
Verás,
tengo libre. ¿Quieres quedar y vamos al cine? Hacen una sesión muy buena a las
2.35h y si quieres puedo pasar por tu casa a recogerte, ¿Te hace?
-
Estoy
ocupado, adiós – dije impacientado.
Ella empezó a hablar fuerte: no a
gritar, a hablar fuerte. Estaba muy dolida y algo cabreada. Intentó irse: y se
fue. En ese mismo instante se me juntaron dos cosas: el abandono de mi diosa despampanantemente
vestida con lentejuelas de un rojo apagado y el llegar de Izan al lado de un
conductor vestido con un chándal gris y azul.
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Fue todo un caos que no supe del
todo entender pero que ocurrió. En un instante cambió todo: oía tacones de aquí
para allá caminando con relajada prisa. Por un instante fantaseé con ella: todo
había ocurrido. Pero en seguida me di de bruces con la realidad cuando el estúpido
ingente de mi cerebro me devolvió a mi verdad, la más pura: mi vida. Quise huir
de ella, recurrir de nuevo a aquella vida tan perfecta, tan realmente superficial,
pero el tenaz sentido común dictaba quedarme aquí.
Noté algo prominentemente duro
debajo de mi tórax: la tenía dura. Pero no fue excitación, apenas la doméstica
acumulación de orina matutina. Era todo muy confuso, pero real. Era mi
realidad, la permanente, la veraz, la mía. Poco a poco se fue secando el lago
de mis deseos, de mis sueños, y daban paso al desierto que era estar conmigo
mismo. Esperé al apagar de la voz, a la dejadez del taconeo y me erguí
estirando cada músculo de mi cuerpo. Era sábado. Meé y desayuné. Sólo una cosa
me supo salvar de mí mismo aquella mañana de finales de verano, de principios
de otoño: Good Morning. Era mi diosa.
martes, 11 de septiembre de 2012
Ella...
Ella es
sensible, tanto que a veces se [le] corre el rimel por nada;
Ella es
delicada, tanto que su piel parece estar hecha de cristal;
Ella es dulce,
tanto que sus labios tienen el color de la fresa;
Pero nunca es débil.
Ella está
omnipresente [en] los corazones de los hombres;
Ella hastía al
desagradecido y enardece al valiente;
Ella vence a
las desdichadas, convirtiéndose en dichosa;
Porque nunca es débil.
Ella se
convence con un solo toque de la razón;
Ella ama con
todo su corazón;
Ella es mi
musa;
Pues nunca es débil.
lunes, 10 de septiembre de 2012
sábado, 8 de septiembre de 2012
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